Español English María Inmaculada
Iglesia Católica / Pacoima, CA

Las Bodas de Cana

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En 1502 el fraile Nicolás de Ovando y doce franciscanos dieron inicio a la evangelización de América en la República Dominicana. Ellos fueron enviados por los reyes españoles con el mandato de convertir a los nativos “sin les hacer fuerza alguna”.

Con los misioneros llegaron Alfonso y Antonio Trejo quienes traían con ellos un cuadro de la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia. Ellos la llevaron a Higuey, donde en 1572 se le construyó su primer santuario. Poco a poco esta pequeña imagen se convirtió en la Reina del corazón de los dominicanos.

María observa dulcemente a su recién nacido quien yace sobres las pajas. Está coronada y lleva puesto un manto azul rociado de estrellas y un escapulario blanco. Lleva una aureola hecha de doce estrellas. En una esquina de la imagen san José también observa al niño por encima del hombro derecho de María.

El 25 de enero del 1979 Juan Pablo II la coronó por ser la primera evangelizadora del continente Americano. Con ella los doce misioneros trajeron la Alta Gracia de Jesucristo a nuestras tierras.

—Fray Gilberto Cavazos-Glz, OFM, Copyright © J. S. Paluch Co.

“Da al mundo lo mejor de tu parte y recibirás lo mejor de vuelta.”
—Anónimo

Lecturas de la Semana

Lunes: 1 Sm 15:16-23; Sal 50 (49):8-9, 16bc-17, 21, 23; Mc 2:18-22
Martes: 1 Sm 16:1-13; Sal 89 (88):20-22, 27-28; Mc 2:23-28
Miércoles: 1 Sm 17:32-33, 37, 40-51; Sal 144 (143):1b, 2, 9-10; Mc 3:1-6
Jueves: 1 Sm 18:6-9; 19:1-7; Sal 56 (55):2-3, 9-13; Mc 3:7-12
Viernes: 1 Sm 24:3-21; Sal 57 (56):2-4, 6, 11; Mc 3:13-19, o cualquiera de lecturas para el Día de Oración
Sábado: 2 Sm 1:1-4, 11-12, 19, 23-27; Sal 80 (79):2-3, 5-7; Mc 3:20-21
Domingo: Neh 8:2-4a, 5-6, 8-10; Sal 19 (18):8-10, 15; 1 Cor 12:12-30 [12-14, 27]; Lc 1:1-4; 4:14-21

Los Santos y Otras Celebraciones

Domingo: Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Lunes: Día de Martin Luther King, Jr.; Semana de Oración por la Unidad Cristiana
Martes: La Teofanía en el calendario juliano 
(la epifanía)
Miércoles: San Fabián; san Sebastián
Jueves: Santa Inés
Viernes: Día de Oración por la Protección Legal de la Criatura en el Vientre Materno
Sábado: San Vicente; santa Marianne Cope; Santa María Virgen

“Nadie que entiende la realidad de que Dios existe puede pensar que Dios no existe.”
—San Anselmo de Canterbury

Tiempo Ordinario

Es aquella parte del año litúrgico cristiano distinto de los llamados Tiempos fuertes: Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua.Suele ser definido como “el tiempo en que Cristo se hace presente y guía a su Iglesia por los caminos del mundo”; un tiempo menor o un tiempo no fuerte. En el año litúrgico, se llama tiempo ordinario al tiempo que no coincide ni con la Pascua y su Cuaresma, ni con la Navidad y su Adviento.

Son treinta y tres o treinta y cuatro semanas en el transcurso del año, en las que no se celebra ningún aspecto particular del Misterio de Cristo. Es el tiempo más largo, cuando la comunidad de bautizados es llamada a profundizar en el Misterio pascual y a vivirlo en el desarrollo de la vida de todos los días. Por eso las lecturas bíblicas de las misas son de gran importancia para la formación cristiana de la comunidad. Esas lecturas no se hacen para cumplir con un ceremonial, sino para conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a todas las circunstancias de la vida.

El Tiempo Ordinario del año comienza con el lunes que sigue del domingo después del seis de enero y se prolonga hasta el martes anterior a la Cuaresma, inclusive; se reanuda el lunes después del domingo de Pentecostés y finaliza antes de las primeras vísperas del primer domingo de Adviento.

Las fechas varían cada año, pues se toma en cuenta los calendarios religiosos antiguos que estaban determinados por las fases lunares, sobre todo para fijar la fecha del Viernes Santo, día de la Crucifixión de Jesús. A partir de ahí se estructura todo el año litúrgico.

Discurso del Santo Padre Francisco

Aula Pablo VI Miércoles 8 de mayo de 2013

“El servicio de la autoridad según el Evangelio”
1. Jesús, en la Última Cena, se dirige a los Apóstoles con estas palabras: «No me habéis elegido a mí, yo os he elegido a vosotros» (Jn 15, 16), que nos recuerdan a todos, no solo a los sacerdotes, que la vocación es siempre una iniciativa de Dios. Es Cristo el que os ha llamado a seguirlo en la vida consagrada y esto significa realizar continuamente un «éxodo» de vosotras mismas para centrar vuestra existencia en Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojados de vuestros proyectos, para poder decir con San Pablo: «No soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Este «éxodo» de uno mismo es ponerse en un camino de adoración y de servicio. Un éxodo que nos lleva a un camino de adoración del Señor y de servicio a Él en los hermanos y hermanas. Adorar y servir: dos actitudes que no se pueden separar, sino que deben ir siempre unidas. Adorar al Señor es servir a los demás, no teniendo nada para sí: esto es el «despojarse» de quien ejercita la autoridad. Vivid y recordad siempre la centralidad de Cristo, la identidad evangélica de la vida consagrada. Ayudad a vuestras comunidades a vivir el «éxodo» de uno mismo en un camino de adoración y de servicio, sobre todo a través de los tres pilares de vuestra existencia.
La obediencia como escucha de la voluntad de Dios, en la moción interior del Espíritu Santo autentificada por la Iglesia, aceptando que la obediencia pasa también a través de las mediaciones humanas. Recordad que la relación entre la autoridad y la obediencia se coloca en el contexto más amplio del misterio de la Iglesia y constituya una particular actuación de su función mediadora (cfr. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, El servicio de la autoridad y de la obediencia, 12).

La pobreza como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio que enseña a confiar en la Providencia de Dios. Pobreza como indicación a toda la Iglesia de que no somos nosotros quienes construimos el Reino de Dios, no son los medios humanos los que hacen crecer, sino que es en primer lugar el poder, la gracia del Señor, que actúa a través de nuestra debilidad. «Te basta mi gracia; la fuerza de hecho se manifiesta plenamente en la debilidad», afirma el Apóstol de los gentiles (2Cor12,9). Pobreza que enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que se expresa también en una sobriedad y gozo de lo esencial para poner en guardia contra los ídolos materiales que ofuscan el sentido auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los humildes, los pobres, los enfermos y todos aquellos que están en las periferias existenciales de la vida. La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños.

Y después la castidad como carisma precioso, que engrandece la libertad del don a Dios y a los demás, con la ternura, la misericordia, la cercanía de Cristo. La castidad por el Reino de los Cielos muestra cómo la afectividad tiene su lugar en una libertad madura y se convierte en un signo del mundo futuro, para hacer resplandecer siempre la primacía de Dios. Pero por favor, una castidad «fecunda», una castidad que engendre hijos espirituales en la Iglesia. La consagrada es madre, debe ser madre y no «solterona» Perdonadme si hablo así pero es importante esta maternidad en la vida consagrada, esta fecundidad. Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime vuestra existencia: sed madres, como figura de María Madre y de la Iglesia Madre. No se puede entender a María sin su maternidad, no se puede entender a la Iglesia sin su maternidad, y vosotras sois iconos de María y de la Iglesia.

2. Un segundo elemento que quisiera subrayar en el ejercicio de la autoridad es el servicio: no debemos olvidar nunca que el verdadero poder a cualquier nivel es el servicio, que tiene su culmen luminoso en la Cruz. Benedicto XVI, con gran sabiduría, recordó muchas veces a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad es sinónimo de posesión, de dominio, de éxito, para Dios autoridad es siempre sinónimo de servicio, de humildad, de amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina a lavar los pies a los Apóstoles (cfr Angelus, 29 enero 2012), y que dice a sus discípulos: «Sabéis que los que gobiernan las naciones las dominan… no sea así entre vosotros; – precisamente el lema de vuestra asamblea, ¿no? ‘que no sea así entre vosotros’- sino que quien quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y quien quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt 20,25-27). Pensemos en el daño que acarrean al Pueblo de Dios los hombres y mujeres de la Iglesia que quieren hacer carrera, subir, que «usan» al pueblo a la Iglesia, a los hermanos y hermanas- aquellos a quienes deberían servir -, como trampolín para sus propios intereses y las ambiciones personales. Estos hacen un daño grande a la Iglesia.

Que sepáis ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, ayudando, amando; abrazando a todos y todas, especialmente a las personas que se sienten solas, excluidas, áridas, las periferias existenciales del corazón humano. Tengamos la mirada dirigida a la Cruz: allí se coloca toda autoridad en la Iglesia, donde Aquel que es el Señor se hace siervo hasta la entrega total de sí.

3. Finalmente, la eclesialidad como una de las dimensiones constitutivas de la vida consagrada, dimensión que debe ser constantemente retomada y profundizada en la vida. Vuestra vocación es un carisma fundamental para el camino de la Iglesia, y no es posible que una consagrada o un consagrado no «sientan» con la Iglesia. Un «sentir» con la Iglesia, que nos ha engendrado en el Bautismo: un «sentir» con la Iglesia que encuentra su expresión filial en la fidelidad al Magisterio, en la comunión con los Pastores y el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, signo visible de la unidad. El anuncio y el testimonio del Evangelio, para cada cristiano, nunca son un acto aislado. Esto es importante, el anuncio y el testimonio del Evangelio para cada cristiano nunca son un acto aislado o de grupo, y ningún evangelizador actúa, como recordaba muy bien Pablo VI, «en base a una inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en nombre de ella» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 80). Y proseguía Pablo VI: Es una dicotomía absurda pensar en vivir con Jesús sin la Iglesia, seguir a Jesús fuera de la Iglesia, amar a Jesús sin amar a la Iglesia (cfr ibid., 16). Sentid la responsabilidad que tenéis de cuidar la formación de vuestros institutos en la sana doctrina de la Iglesia, en el amor a la Iglesia, y en el espíritu eclesial.

En resumen, centralidad de Cristo y de su Evangelio, autoridad como servicio de amor, «sentir» en y con la Madre Iglesia: tres indicaciones que deseo dejaros, a las que uno una vez más mi gratitud por vuestra obra no siempre fácil. ¿Qué sería de la Iglesia sin vosotras? ¡Le faltaría maternidad, afecto, ternura! Intuición de Madre.

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