Español English María Inmaculada
Iglesia Católica / Pacoima, CA

Humildad en la Oración

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario

“Él le contestó: ‘No está bien echar a los perros el pan de los hijos’. Pero ella repuso: ‘Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las
migajas que caen de la mesa de los amos’. Jesús le respondió: ‘Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas’. En aquel momento quedó curada su hija.” (Mt 15, 26-28)

El Evangelio de esta semana nos ofrece el modelo de una mujer que pedía a Jesús la curación de su hija. Aunque el Señor – extrañamente y para probar su fe- la comparó con un perro, ella no respondió con enojo y siguió insistiendo con humildad. Esa humildad fue la que abrió el corazón de Jesús y consiguió el milagro.

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Estamos, pues, ante un ejemplo de cómo debe ser nuestra oración: perseverante y humilde. Con frecuencia pedimos a Dios cosas que, al cabo del tiempo -a veces incluso poco tiempo- hemos dejado de solicitar; en el fondo es que no nos importaban demasiado. También con mucha frecuencia, más que pedir exigimos; nos comportamos ante Dios no como ante el Señor sino como ante el criado. Tratamos a Dios como si estuviera a nuestro servicio y como si su principal obligación consistiera en darnos gusto y satisfacer nuestros caprichos. Sin la humildad es imposible la oración, inclusive la de petición. El que es humilde sabe que lo que pide es un don, algo a lo que no tiene derecho y, por lo tanto, no se enfada si no se le concede. Si se lo dan, lo agradece; si no lo recibe, acepta el misterio y agradece el resto de cosas maravillosas que Dios le ha dado. Si pidiéramos así seguramente recibiríamos más y, en todo caso, lo que no recibiéramos no nos serviría de motivo de crisis de fe, como les sucede a aquellos que se alejan de Dios cuando éste no les ha dado lo que pedían.

Propósito: Analizar bien qué necesitamos pedir, para insistir en ello. Y luego pedir con humildad, diciéndole al Señor que no nos vamos a ir de su lado si no nos lo concede.

Llamados a Actuar en Nombre de Dios

“¡Que todos los pueblos te alaben!” (Salmo 67:4) exclama la respuesta del salmo de hoy. En el salterio y en otras escrituras hebreas, este tipo de invocación es en realidad una invitación a Dios para que actúe e intervenga en las vidas humanas de tal manera que haga que todo –no sólo el pueblo elegido –exprese alabanzas. Dicho algo más fuerte, es como desafiar a Dios para que “aguante o se calle”, el tipo de palabras duras que los salmistas de Israel, confiando en su íntima relación de amor con Dios, no temían expresar. El Evangelio tiene su propia exclamación que anuncia la aparición de la mujer cananea con un “Entonces” (Mateo 15:22). “Entonces” o “he aquí” es una señal en la Biblia que nos indica que observemos con mucha atención, que Dios está por actuar o anunciar algo por medio de un individuo o una situación. En el caso de Jesús, Dios iba a obrar a través de esta mujer, a quien ninguno de los seguidores de Jesús hubiera creído pudiera ser una agente de la voluntad divina. Como los salmistas, puede que informemos en forma pasiva a Dios o quizás hasta activamente le desafiemos para que haga algo para que todos lleguen a creer, mas Dios siempre nos volteará las posiciones. Se convierte en nuestro llamado, nuestro deber (como lo fue para Jesús) observar atentamente las situaciones y a las personas en nuestra vida diaria para que Dios pueda actuar a través de nosotros, para que el Reino sea anunciado en nuestro diario vivir.

Vivamos la Palabra de Dios

La mujer cananea parece convertir a Jesús al expresarle su fe en él y en ella misma. ¿Cómo pudieras expresar tu fe en Dios, en otras personas y en ti mismo? ¿De qué manera pudiera Dios usar tu fe para convertir a otras personas?

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Lecturas de la Semana

Lunes: Ez 24:15-24; Dt 32:18-21; Mt 19:16-22
Martes: Ez 28:1-10; Dt 32:26-28, 30, 35cd-36ab; Mt 19:23-30
Miércoles: Ez 34:1-11; Sal 23 (22):1-6; Mt 20:1-16
Jueves: Ez 36:23-28; Sal 51 (50):12-15, 18-19; Mt 22:1-14
Viernes: Ez 37:1-14; Sal 107 (106):2-9; Mt 22:34-40
Sábado: Ez 43:1-7a; Sal 85 (84):9ab, 10-14; Mt 23:1-12
Domingo: Is 22:19-23; Sal 138 (137):1-3, 6, 8; Rom 11:33-36; Mt 16:13-20

Los Santos y Otras Celebraciones

Domingo: Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario
Martes: San Juan Eudes
Miércoles: San Bernardo
Jueves: San Pio X
Viernes: Santa María Virgen, Reina
Sábado: Santa Rosa de Lima; Santa María Virgen

Hacia el Quinto Dogma

Desde hace años, un movimiento popular, apoyado por algunos cardenales y teólogos, está pidiendo al Papa que proclame un quinto dogma mariano, el de considerar a María como corredentora junto a su Hijo, el redentor de la Humanidad, y como mediadora de todas las gracias, también junto a su Hijo, el mediador por excelencia entre Dios y los hombres. Con este dogma no se buscaría tanto ensalzar a nuestra Madre –que no lo necesita-, sino hacer justicia a su labor de intercesora y dejar bien patente esa labor. Además, serviría para mostrar un camino de imitación que ya viene recogido en San Pablo, cuando afirmó: “Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1, 24). De este modo, todos los católicos tendríamos aún más claro que nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo en el sacrificio eucarístico, son útiles y pueden ser ofrecidos a Dios por el bien de los hombres, en especial por el bien de nuestros familiares y amigos. Haciendo esto llevamos a la plenitud el ejercicio del “sacerdocio real” o “sacerdocio común” de los fieles, que recibimos por el Bautismo. Adquiere así su pleno significado el símbolo que el sacerdote presbítero lleva a cabo cuando, en el altar, antes del Ofertorio, pone una gota de agua en el vino que ha depositado en el cáliz y que luego será consagrado. Esa gota de agua simboliza nuestros sufrimientos, nuestra mediación corredentora, nuestra colaboración en la obra de la redención llevada a cabo por Cristo. Pues bien, si eso se puede decir de cualquiera de nosotros, ¿no se podrá afirmar con mayor intensidad de la Santísima Virgen? Y, si se afirma de ella con la solemnidad de un dogma, quedará aún más claro que ese es un camino que todos los católicos debemos recorrer. Así, muchos que huyen del dolor considerándolo algo inútil, podrán comprender que, si bien hay dolores que hay que evitar – yendo al médico, por ejemplo-, hay dolores que son inevitables y que son valiosísimos, pues pueden servir para la redención de los nuestros, siempre que nos unamos a Cristo, verdadero y único Redentor. Los Franciscanos de María nos adherimos, por ello, a la larga lista de los que piden al Papa que se proclame este quinto dogma mariano, aunque sabemos que la proclamación de un dogma es un proceso muy lento, que requiere muchos años de estudio.

Propósito: Poner en práctica lo que se pide en el quinto dogma: ofrecer a Cristo nuestros sufrimientos por la conversión de nuestros familiares y amigos: convertirnos en corredentores.

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